Amazonas, la gran culebra.

En el Valle del Javarí se alojan escondidos los últimos indios sin contacto de la Amazonia. De forma obsesiva buscan el lugar más recóndito e inaccesible para permanecer a salvo.

«Los rayos de sol se colaban entre las nubes proyectando la luz al río deslumbrándonos fugazmente. Las bruscas turbulencias de la avioneta cessna sobrevolando selvas y junglas primarias cortan la respiración. El espectáculo es sobrecogedor. De repente otro viraje nos hace dar un respingo del asiento tragando saliva. La carga alojada en el compartimento de cola golpea con fuerza el fuselaje cuando descendemos vertiginosamente. Volando a una cota rasante, observamos unos ibis escarlata que levantan el vuelo debajo de nosotros y unas garcillas que hacen lo propio asustadas. Búfalos de agua saltan torpes por los pantanales ante el escándalo del motor, los jacarés desaparecen violentamente, unos coata-da-cara saltan frenéticos de rama en rama, grupos de Araras protestan alborotados revoloteando en las ramas de los árboles que pueblan la espesa jungla».

«El piloto se pavonea con varias pasadas por unos caños y torrentes de gran belleza que se retuercen en medio de un mar verde, cuyo contraste, es el peculiar color café con leche de meandros y estuarios. El dosel de vegetación recubre la tierra, en una compleja profusión de plantas y colores que ocultan cualquier signo de vida bajo ellas. El obturador de la réflex echa humo captando planos sin cesar. Los cursos de agua son desiguales, ondulados, de formas serpenteantes, la fuerza con que la selva irrumpe acariciando el cielo es grandiosa».

«La emoción nos embarga al contemplar tan extraordinaria manifestación de vida. La tierra es naranja, húmeda y contrasta con el verde vivo de la selva acentuando aún más el color de la vegetación que quiere invadirnos poniendo a prueba la destreza del piloto. Al fondo, en el horizonte, la pista donde tenemos que tomar tierra. Una muralla de floresta se yergue tragando la nave de hierro en una trocha de arena donde emergen todo tipo de brotes verdes demandando el terreno que les ha sido robado. Pero antes y durante el vuelo, comienzo a conectar con lo estudiado sobre las longitudes de estas extensiones pero acabo aturdido por las cifras y el espacio. Aquellos lugares escapaban a lo que podía representar la imaginación.»

Viaje realizado a través de la cuenca amazónica por diversos países fronterizos. Un mar verde de vegetación en todas direcciones. Cúmulo de sensaciones en plena inmersión con el medio. Soledad absoluta. Fauna silvestre y parajes que sólo pueden imaginar los sueños. Pocas palabras pueden definir la experiencia en uno de los puntos virginales menos intervenidos del planeta. Arterias inundadas sin cartografía fiable, cursos de agua que aparecen y desaparecen, ojos que nos observan, animales hiperdesarrollados, reptiles fantasmagóricos, belleza sin igual.

Arrancando desde Leticia, Colombia, una pequeña escollera y frontera libre con Brasil y Perú, se forja el inicio de una expedición de casi cincuenta días con sus noches. Remontando afluentes día y noche con la inestimable ayuda de un indio perfecto conocedor del terreno a priori, para ingresar en un área ignota, desconocida, intrincada y oculta bajo el manto forestal: el Valle del Javarí. Una faja de terreno en forma de almendra donde se alojan escondidos los últimos indios sin contacto de la Amazonia. Tesoros humanos que buscan obsesivamente el lugar más escondido e inaccesible para permanecer a salvo.

Intento baldío el nuestro, tutear estos ríos indómitos y laberínticos donde todo revienta de color verde. Embarcados en nuestra máquina del tiempo, una curiara de ocho metros de eslora y motor de pequeña cilindrada, nos disponemos a poner amura de proa rumbo río arriba. Penetrando por un vórtice a mundo desconocido, ingresamos en regiones y lugares que poco o nada han cambiado desde que se hizo posible la vida aquí… Rebasando muchas aldeas ribereñas hasta quedar en la mas absoluta de las soledades, excepto algún científico enfrascado en el estudio del impacto de un meteorito en la zona y dos fotógrafos suizos como nosotros, los únicos habitantes que nos cruzaremos en las seis semanas de viaje.

Amazonas: la gran culebra, cualquier intento es inútil. Gentes la observan resignados en cada estación. Poblaciones caóticas rebosantes de bullicio, mercados flotantes y embarcaderos que hacen de vertederos ambulantes, gentes esperando grandes vapores tan viejos como cafeteras antiguas portando sus hamacas y el murmullo de un niño llorando… La multitud se arremolina en plazas, pescadores cargando bateas de pescado… Amazonas, río de vida y de muerte, nada pasa inadvertido para él.

Aguas turbias y arremolinadas, capaces de tragar un navío o de arrastrar una hoja soplada con delicadeza. Tierra de contrastes al ritmo lánguido y feroz de una bestia sedada, que despertara sin previo aviso. Terrosas riberas encumbradas por un río dormido, las aguas han depuesto su nivel hasta que su inmenso pulmón, vuelva a respirar esperando su turno… Esta es la constante para convivir en la vena aorta del planeta. Su latido atesora un mundo oculto en laberínticos, inextricables y complejos caminos de verde, un verde insultante por doquier. Es el feudo del jaguar y la anaconda. Dicen los Tikuna que siempre saldrá triunfante… Amazonas: la gran culebra.


“ Amazonas, río terso y delirante,
en óxido se torna el dorado
un futuro turbio y descarnado,
ya por lanzas, herido de muerte… “

De una cosa estoy seguro, existe algo más que no se ve en estas selvas dominadas por rumores misteriosos y sombras inquietantes. Casi todo permanece igual desde que nació en vastas regiones que devoran lo que encuentran a su paso, magnificadas y empeñadas, ante la única y obsesiva persecución de la inmensidad.

Texto y fotos
Juanma Tobaruela